Si bien la Víspera de Todos los Santos se ha venido celebrando en los últimos tiempos como una incorporación moderna pero descafeinada de la versión de la Noche de los Muertos americana, el Halloween que hemos vivido este año en el colegio de Benalauría, sin duda alguna, se lleva la palma.
Quién nos hubiera dicho, después de tanto tiempo paseando por estas calles, que íbamos a lograr desenterrar uno de los tesoros mejores guardados en el pueblo. ¡Uno de piratas, ni más ni menos! De los que surcaban los mares en sus carabelas robadas a navegantes portugueses y españoles, con sus dientes carcomidos por el escorbuto y sus pieles por la pelagra, henchidos sus estómagos de ron y sus corazones de maldad.
Auguramos lo peor cuando a la mañana siguiente el hallazgo fue presentado ante todos nosotros.
Se trataba, efectivamente, de una botella de ron antigua, con un trozo de pergamino atado por un cordel en su interior, que decía:
Estragado por los infortunios
de una travesía de mil soles a través del Atlántico, y habiendo llegado al
puerto de Huelva, en el año de nuestro señor de mil cuatrocientos
noventa y tres, te escribo esta carta, para informarte que me veo obligado a
esconderme, junto a mis riquezas, en alguna zona alejada de la costa y los
piratas, que nos vienen persiguiendo desde que encontramos el tesoro en las
Azores.
El señor Robert, el corsario Trelawney y el doctor Grinn han encontrado a nuestro camarada M. A. Pinzón, cuando intentaba esconder su parte del botín en costas onubenses, de modo que huiré a tierras del interior, para proteger mi vida y nuestro tesoro. Y, para que quedes informada del movimiento de un servidor, así como del paradero de nuestra parte de las riquezas encontradas, te dejo un mapa, y una carta que enviaré dentro del libro de los artesanos, para no llamar la atención del malvado posero Enrique Barbanegra, a tu dirección_»
(Omitiremos la dirección, por si algún pirata desalmado aún queda rondando lugares cercanos)
El olor a ceniza y café impregnando los sobres, los papiros a duras penas legibles, debido a las consecuencias del paso del tiempo, pero, sobre todo, las vivencias que nuestro protagonista contaba a Trelawney en la correspondencia, consiguieron animarnos a participar en la búsqueda de un mapa que se resistía a aparecer, porque una pista nos llevaba siempre a otra, hasta llegar a encontrar diez, que aparecieron todas repartidas por los lugares más recónditos de nuestro pueblo (en libros viejos, bajo losas antiguas, sepultadas en paredes, o en cofres antiquísimos son solo algunos ejemplos)
«Querida señora Trelawney.
Llegué el mes pasado al puerto, y anoche a este pueblo alejado de la costa, donde se me ha dado cobijo en una de las mazmorras.
El caldo de cáncana y el asado de bicha me reconfortó, después de llegar empapado, sufriendo las consecuencias de la pelagra y el escorbuto, con las únicas pertenencias rescatadas de la nao: la capa que el marinero Jacob Liversey me entregó y mi parte del botín, íntegro, en uno de los cofres que conseguí rescatar, antes que las bodegas del navío se inundaran.
Y, para que todo quede a salvo, te hago entrega del mapa, que encontrarás en el Nº... de esta misma calle, custodiada por el camarada de a bordo de la Pint...y antiguo molinero, el señor Hudson.
Atentamente C.C.»
Aún hay noches en las que me cuesta conciliar el sueño, porque no son ovejas las que a mi mente se vienen como una secuencia ordenada de animales apacibles, sino piratas, cantando todos a coro aquella horrible canción.
«Quince hombres en el cofre del muerto…
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y la botella de
ron»
Con esta canción me despertó Patapachucha Hudson, el molinero, y el miedo que entonces me recorrió el cuerpo acabó por helarme la sangre, porque era la misma canción que se les escuchaba cantar a los piratas, cuando comenzaron a perseguirnos.
El tesoro, sin embargo, sigue a buen recaudo conmigo, y no permitiré que ningún desalmado se haga con él. Si, por infortunio, estas cartas que te envío cayeran en manos de algún patapalo, ruego que envíes el comunicado a la artesana, la señora Teresa G., de la mansión con número treinta, allá en lo más alto de...
Atentamente C.C.»
«Querida Trelawney
El tesoro está enterrado. C-
ompuesto por más de quinienta-
s monedas de oro y cobre, y joyas de pl-
atino de la reina de Java, al-
fin he decidido deshacerme
temporalmente de él, pues una maldic-
ión de poder colosa-
l me persigue, desde que lo ll-
evo conmigo. Desde que lo av-
istamos en las Azores a-
penas si puedo dormir,
mis pensamientos se niblan, si-
empre que intento-
recordarte con claridad. N-
o sé qué me está pasandº
lo único que hago es cantar:
«Quince hombres en el cofre del muerto…
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y la botella de ron»
El diablo y la bebida se llevaron el resto…
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y la botella de ron»
A decir verdad, la pista que más esfuerzos nos costó resolver fue aquella cuya solución se encontraba en el número que un fallo de escritura a conciencia acabó por indicarnos el camino.
«Querida Treslawney:
Vine en busca de retiro en 1493, cuando el rumbo del camino acabó torciéndose. Con alegría mi nombre te diré, en cuanto la forma descubra, y de agrado una X también escriba.
Atentamente C.C.»
Era evidente que «Treslawney» estaba mal escrito. Así que resolver el enigma al contar de «Tres» en «Tres» solo era cuestión de tiempo.
Así hallamos el mensaje: «Busca en el camino con nombre en forma de X»
De estas maneras tan peculiares, y muchas otras, sobrevinieron el resto de cartas, que aparecían en los lugares más insospechados, como las setas aparecen en el campo cuando llueve, para volver a sumergirnos en el intrigante mundo del misterio agradable, ese que te lleva a explorar una realidad ficticia, casi onírica, y que te atrapa como atrapan las páginas de un libro, o, como en este caso, los manuscritos que aún continuaban apareciendo.
Ayer vi una sombra alargada entrar en las mazmorras. Era Patapachucha Hudson. Pude escabullirme entre las grutas secretas del pueblo, que se abren en una red de conductos subterráneos, como telarañas en la pared.
Allí encontré una puerta secreta que me condujo a la casa de un anciano de doscientos años, que se movía tan despacio como las tortugas y no hacía más que rascarse las ronchas de la espalda y comerse los piojos que de la cabeza se quitaba, llamado Sr. Sillero, porque en su vida se dedicó a hacer sillas de mimbre.
Atentamente C.C.»
No recuerdo nada más, porque
desperté al rato, con la vista nublada y bastante confuso, con la barriga llena
y la copa vacía.
Desconozco si me hubo emborrachado aquel hombre, con algún poderoso veneno. Lo que sí sé, es que aquello que bebimos no sabía a vino, sino a murciélago.»
Abatidos ya, desesperanzados, hartos de buscar un tesoro que no llegaba, porque habíamos tenido la mala fortuna de haber topado con el pirata que más cartas había escrito en toda la historia de los piratas escritores, descubrimos bajo una losa la última pista.
No exagero cuando digo que más de uno a punto estuvo de concertar cita con el psiquiatra, porque creyó haber enloquecido, cuando abrimos aquella mañana previa al día de Halloween la carta y leímos:
«.ragul le ellah es ednod ellac al atla ellac odneis ,racsub ed sàrbah ednod oremùn le se L ed sàrted X»
Todo cobró sentido cuando un iluminado se retiró del pupitre, se levantó, se acercó a la pizarra y, letra por letra, comenzó a escribir desde atrás hacia adelante. De este modo y no de otro acertamos con la ubicación de la última carta, que ahora sí, al fin era EL MAPA DEL TESORO.

Este era, según el mapa, el lugar donde debía estar el tesoro.
Pues, ¡MANOS A LA OBRA!
Hasta que al fin, y después de más de dos semanas de intensa búsqueda...
Muchas gracias a todos los piratas que han hecho de este Halloween algo diferente
Publicado por: Javier Navarro Vegas
Fecha: 21/11/2020